A medida que cae la tarde, las esperanzas de Claudia Vicente se desvanecen. La inmigrante guatemalteca lleva once días esperando en la garita fronteriza de Nogales, en el estado de Arizona, para poder presentar su petición de asilo en Estados Unidos.
Esta madre de dos niños, de 6 y 8 años, lleva en una maleta unas pocas pertenencias que refleja la urgencia de su travesía: Dos mudas de ropa, un par de suéteres y unas viejas fotografías de su madre fallecida hace tres años.
«No tenemos otra opción, si no salíamos de Guatemala me iban a matar y a mis hijos también», asegura la inmigrante, de 32 años de edad y, como muchas de las mujeres que llegan hasta la frontera de Estados Unidos, víctima de violencia doméstica. El padre de sus hijos la golpeaba de manera recurrente tras emborracharse.
La indocumentada forma parte de un grupo de más de 60 familias que se encuentran en la ciudad fronteriza de Nogales, en Sonora (México), con el fin de presentar ante las autoridades estadounidenses una petición formal de asilo, según estimaciones hechas por organizaciones locales a favor de los inmigrantes.
Algunas de esas familias esperan a las afueras del puerto de entrada Deconcini, mientras otras se alojan en albergues para inmigrantes. Vicente y sus hijos pasan el día entregados a juegos de azar o pintando libros que buenos samaritanos les han regalado. (I)
Fuente: EFE